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El paseo

Ameyro pateaba y se sacudía mientras lo arrastraba por el suelo. Finalmente, dejé que cayera al pie de una mata de mangos y le quité el saco que le cubría la cabeza. Justo como esperaba, intentó luchar conmigo, pero las piernas le fallaron. Su cuerpo estaba marcado por todas las modificaciones que le habían sido arrancadas antes de que dejáramos Atabex. Cuando notó que no podría enfrentarme, y que le sería imposible correr, recostó la cabeza contra el tronco y se dedicó a respirar todo el aire que aquel saco le había impedido durante el recorrido.

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