Si armas tu propia computadora y no tienes una clave asociada a tu cuenta de Microsoft, debes pagar más de cien dólares por una copia de Windows 11. Lo peor es que sueltas todo ese billete y ni siquiera estás en control de tu sistema operativo: la barra de tareas no puede colocarse donde te de la gana, tampoco se te permite desinstalar Edge; estás obligado a quedarte con muchas de las herramientas que vienen pre-instaladas y ahora le inyectan anuncios y telemetría a cada cosa que haces.
Cuando un software adquiere el control de tu sistema por la fuerza, toma decisiones sin consultarte incluso cuando van en contra de tu voluntad, y dictamina lo que puedes o no hacer… es difícil no catalogarlo como malware. Pero el hecho de que también te espía y colecta información sobre todo lo que haces para venderla al mejor postor, asegura que tampoco se pueda descartar llamarle spyware.